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CICATRICES DE GUERRA

Columna de opinión escrita por Cleo, un joven desvinculado. Edición Hilando Historias

¿Sabes cuáles son las causas por las que cada vez más niños, niñas y adolescentes terminan siendo parte de los grupos armados? Muchos no las conocen y por desconocerlas juzgan sin saber. Otros, incluso conociéndolas, también juzgan, pero por falta de empatía. Hoy quiero hablarte de esas razones. De por qué nosotros, los jóvenes, terminamos en medio de una guerra que no comenzamos.

Una de las principales razones es la falta de oportunidades. En Colombia, esta realidad es cada vez más evidente. Hay pocas oportunidades de estudio, de empleo, de emprendimiento. Muchas familias no tienen los recursos para garantizar la educación de sus hijos; en las veredas faltan escuelas, colegios y transporte. Para estudiar en una universidad no basta con ser inteligente o tener ganas: hace falta dinero para sostenimiento y eso no lo tienen quienes nacen en contextos de pobreza. A esto se suma que el mundo laboral exige niveles de formación que la mayoría de nosotros no puede alcanzar. Nos hablan de "oportunidades" y nos convencen, no porque seamos tontos, sino porque estamos desesperados.

Otra razón es el maltrato infantil. Muchos jóvenes huyen de sus casas porque son maltratados física o verbalmente. Se sienten rechazados por sus propias familias y buscan refugio en cualquier lugar donde se les ofrezca compañía y atención. Los grupos armados saben esto y se aprovechan. Les ofrecen un “hogar” y una “familia” que los acoge, aunque en realidad los están usando como carne de cañón.

También está el abuso sexual. Jóvenes que escapan de sus casas tras ser violados por padrastros, hermanastros, primos o familiares cercanos. Por otro lado está la venganza, es decir, cuando un joven ha visto morir a un ser querido o ha sido víctima directa de la violencia, su dolor se transforma en rabia y esa rabia es fácilmente manipulable. Los grupos armados se aprovechan de ese deseo de revancha para convertir a estos jóvenes en soldados dispuestos a todo.

Están también los que llamamos hijos de la guerra. Jóvenes nacidos en entornos donde los grupos armados hacen parte de la vida cotidiana. Son hijos de combatientes, crecen entre armas y órdenes, y para ellos la guerra es lo normal. No conocen otra cosa y por eso siguen en ella. 

Otros son reclutados a la fuerza. Ni siquiera tienen opción: son llevados contra su voluntad, bajo amenazas a sus familias. Si no aceptan, matan a sus seres queridos.

A veces incluso el amor puede ser una trampa. Jóvenes que se enamoran de alguien dentro del grupo armado y, por estar cerca de esa persona, terminan integrándose también. A veces, esos mismos jóvenes ya reclutados reciben la orden de enamorar a otros para atraerlos.

Cuando un joven entra a un grupo armado, su vida cambia para siempre. Lo entrenan física y mentalmente para matar. Lo moldean para convertirlo en lo que la sociedad luego llama "asesino a sangre fría" sin comprender lo que hay detrás. Para ganarse la confianza de los jefes, muchos deben cumplir órdenes atroces, incluso matar a sus propios amigos o familiares. Lo hacen por miedo, por obligación, por instinto de supervivencia. No todos quieren hacerlo, pero sienten que no tienen otra opción.

Y lo más triste es lo que pasa después. Cuando por fin logran salir, la sociedad no les da una segunda oportunidad. En vez de acogerlos, los rechaza. Les cierran las puertas en lo laboral, los señalan en los colegios, en las universidades. Son víctimas de bullying, de desprecio, de indiferencia. ¿Y qué pasa entonces? Muchos regresan a los grupos armados. Otros se quitan la vida.

Decimos que queremos la paz, pero ¿qué estamos haciendo realmente por la paz? Señalar, juzgar y marginar no construye nada. Si de verdad queremos un país diferente, necesitamos dejar la hipocresía. No hagamos a otros lo que no queremos que nos hagan a nosotros.

Muchos de los que intentamos contar esto somos silenciados. A algunos compañeros los han callado para siempre, porque a los grupos armados no les conviene que se sepa la verdad. No les conviene que los jóvenes se informen y comprendan lo que realmente significa entrar a la guerra.

Por eso hoy levanto la voz. Si queremos un cambio, tenemos que empezar por nosotros mismos. Eduquemos a nuestros hijos con amor, respeto y cuidado. Colombia está llena de madres que lloran a sus hijos, de huérfanos, de viudas, de familias destruidas por la guerra. Colombia está llena de dolor, pide a gritos el silencio de los fusiles. Y no solo nos estamos matando entre nosotros: también estamos destruyendo la naturaleza que nos da vida. Seamos el cambio que el mundo necesita. Seamos instrumentos de paz.

Porque la vida te pone tropiezos, pero los límites te los pones tú.

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